Seguimos publicando los cuentos participantes en el III Concurso de Cuentos de la Asociación Escuela Benaiges.
Titulo: Una verdadera Lección
Autor: Alejandro Quecedo del Val
Una verdadera lección
Los rayos del tibio sol acariciaban las
doradas espigas mecidas por el viento que empezaban ya a crecer. Entre aquellos
mares de espigas germinantes, entre aquellos vallejos de empinadas colinas,
entre aquellas lomas de mares de espigas. Entre aquellos parajes burebanos, un
pequeño pueblo había, Bañuelos de Bureba llevaba por nombre, y mucho saber allí
había, entre casas de trabajadores, entre calles de tranquilidad un pequeño
edificio se encontraba, lleno de sabiduría y bondad, de la escuela se trataba y
por la ventana a un joven niño se escuchaba recitar:
¿Qué es la
vida? Un frenesí.
¿Qué es la
vida? Una ilusión,
una sombra,
una ficción,
y el mayor
bien es pequeño;
que toda la
vida es sueño,
y los
sueños, sueños son.
A la vez que el joven se sentaba en su
pupitre el maestro lo miraba complacido.
- Lo has recitado muy bien Eladio, te
lo has aprendido como el padre nuestro, pero, más allá de lo que diga Calderón,
¿Qué es para ti la vida?
- ¿Qué es para mí la vida?- El niño no
sabía bien que contestar, jamás se habría esperado esa pregunta -Pues no sé
maestro, para mí es lo mejor del mundo, no sé, la vida es para disfrutar, y
para vivirla y tal vez para trabajar, pero eso creo que es secundario maestro.
El joven escrutó el expresivo rostro
del maestro, que poca pista le dio para averiguar si su respuesta había sido
correcta, para su sorpresa el maestro se dio la vuelta y se dirigió al estrado,
donde aferró una tiza desgastada y apresuradamente borró una frase previamente
escrita en el encerado.
Con decenas de pares de ojos clavados
en sus espaldas, el maestro escribió en la pizarra “¿Que es la vida?” mientras
los alumnos y alumnas de la escuela nacional mixta de Bañuelos de Bureba leían
la pregunta, y otros ayudaban a leerla a los más pequeños, el maestro cogió un
taco de folios y los empezó a repartir entre sus inquietos alumnos.
-¿Qué es para vosotros la vida? Puede
ser muchas cosas, juegos, diversión, penurias, amor y un largo etcétera, ¿pero
para vosotros? En que consiste la vida. ¿Cuál es el objetivo? -Preguntó mientras les daba las hojas a las más
mayores- o lo mejor de ella, como vuestros juegos preferidos. -Comentó a la
altura de los más pequeños- Podéis escribir cuanto queráis, fallar cuanto
gustéis, borrar, tachar y
corregir las veces que necesitéis, pero sobretodo quiero que reflexionéis.
Los niños miraban al techo, miraban al
suelo y a sus lados, escrutaban con su vista las respuestas de sus compañeros
pero ninguno sacaba nada en claro.
¿Qué es la vida? ¿Qué quería el maestro
que escribieran?
Las preguntas bullían en las cabezas de
los alumnos, mientras el maestro satisfecho por cumplir su objetivo de generar
preguntas en sus alumnos, abría la caja del tocadiscos y de tan maravilloso
objeto salían notas que juntas formaban una melodiosa armonía que no tardó en
inundar toda la sala. Los alumnos seguían pensando, escribían, tachaban y
volvían a pensar. Al compás de la música pensaban mientras veían al resto
pensar, y mientras sus pensamientos no los dejaban en paz, el maestro cogió una
carta, una carta sin par, desde Gales venía y por unos chiquillos había sido
escrita. El maestro sin dudarlo alzó la voz, y de esta forma a los pensativos
alumnos sorprendió.
Sobre él toda la atención fijaron y sus
inquietos ojos en la estoica y a la vez afable figura del maestro Antonio
Benaiges, que ese y no otro era su nombre.
- Escuchad, ha llegado la
correspondencia. Nuestros cuadernillos
del conocimiento y sentimientos, Gestos,
llegó el mes pasado a Gales, en Reino Unido, y hoy hemos recibido su respuesta.
-El maestro dejo un breve silencio, el cual fue aprovechado por los alumnos
para murmurar. - La carta está escrita por niños y niñas de vuestras edades, y
junto a la carta nos adjuntan un libro sumamente interesante, hablaremos de él
en el futuro. También mencionan que les ha encantado Gestos y les ha servido de
inspiración. -Benaiges dejó sobre la mesa la carta a la vez que bajaba del
estrado y caminaba entre sus alumnos - chicos, estáis haciendo un gran trabajo
con Gestos, pero tenemos que darnos prisa y acabar este número si queremos
cumplir los plazos que nos propusimos, así que ánimos con esos textos que ya
casi los tenemos.
Los alumnos agacharon sus cabezas y
volvieron a pensar, pensaban y pensaban y alguno no podía más.
- Maestro- Musitó dudosamente Eladio-
¿Puede venir?
Benaiges se acercó con paso rápido, y
en su amigable rostro se dibujó una blanca sonrisa que llenó de confianza al
joven que aun dudaba sobre si plantear su pregunta.
-Maestro ya he terminado, pero no sé si
está bien, he escrito algo parecido a lo que he dicho antes, maestro, pero no
sé cómo estará, ¿le importa leerlo y decirme que tal lo ve?
El maestro cogió la hoja que le tendía
Eladio y mientras se acuclillaba a su altura lanzaba una pequeña ojeada a las
líneas de tinta que Eladio había formado con la suficiente destreza como para
que no fueran líneas sino letras, y no letras sino palabras, y no palabras sino
sentimientos que en aquella tinta encontraban transporte y refugio.
No tardó el maestro es leer aquel breve
texto, no tardó en devolvérselo a Eladio, y menos aún tardo en formular una
valiosa lección.
-¿Que está bien y que está mal? Nadie
lo puede afirmar, cuando crezcas te enseñaré que para algunos autores el bien o
el mal no existen, para otros son tus acciones lo que dirán si algo está bien o
mal, otros opinan que es la intención lo que cuenta. Pero pocos se ponen de
acuerdo si algo está bien, mal, regular o si en vez de eso hay que fijarnos en
lo que ha movido a alguien a hacer esa acción por la que se le juzga, para bien
o para mal. Te diré algo Eladio, si las más brillantes mentes no se ponen de
acuerdo en el bien o en el mal, no dejes que nadie te diga si tu trabajo está
bien, o está mal. Se tú mismo quien se obligue a mejorar, se tú mismo el que se
felicite por un buen trabajo. Nadie es quien para juzgarte a ti a tus textos
dibujos o juegos, tú eres tu propio juez y solo tú puedes decir si lo que has
escrito está bien o está mal, solo tú Eladio.
Aquel joven aprendió una valiosa
lección que aún muchos deben comprender, la vida no da un sentido a tu
existencia, sino tu existencia la que da un sentido a la vida. Y no es el
sentido que otros esperan, sino que debemos tener nuestro propio pensamiento
crítico que nos dicte lo que realmente queremos, y enarbolar nuestras ideas que
debemos blandir a nuestro favor.
Los niños continuaron escribiendo,
escribiendo y pensando, pensando y tachando, tachando y reflexionando. El
maestro los miraba complacido. En una pequeña escuela, en un pequeño pueblo
rodeado de vallejos vestidos de trigales, entre mares de espigas doradas, en un
pequeño rincón de una modesta escuela, una valiosa lección se enseñó, ¿una? No,
una no, fueron muchas pero esas son parte de otras historias, historias de amor
de pensamiento y educación, todas son historias con una valiosa lección.
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