Volvió el pasado mes de agosto proyectada
en una blanca e improvisada pantalla sobre la ajada pared de la Escuela. Todo Bañuelos
la vio, después de muchos años de ausencia, con la emoción contenida. Hablaba
como la niña que llevaba dentro del vestido. Hablaba de su buen maestro y de
algunos retazos de su infancia en el pueblo. Hablaba emocionada y vehemente al ritmo
de los fotogramas.
Felisa era la niña que tan sencilla y ágilmente escribía sobre la nieve; la niña que mejor salió en la fotografía del retratista de Briviesca; la mujer que guardó en su corazón recuerdos sobre un maestro olvidado para que no volasen, para que no se perdiesen.
El tiempo, fugaz acompañante, no perdonó y le fue restando minutos.
Felisa hace unas horas entregó al
barquero su moneda envuelta en un pañuelo. En la puerta de la Escuela un cierto
alborozo salió a su encuentro.
Que las olas del mar arrullen tu descanso Felisa.